Goteo.
El goteo del agua sobre mi frente
salpica ahora el morado de sus labios.
Son ya horas con su doloroso tam-tam.
Alguien debería arreglar esa maldita gotera.
Alguien debería arrancar el timbre de la pared.
¿Por qué no puedo moverme?
Amaneció hace un rato.
Hace otro tanto que anocheció.
Luces y sombras desde el gris
que se cuela por las cortinas
se suceden sobre el cuero
del tambor de su estómago
y sobre sus pechos apenas florecidos.
Afuera todo es un gigantesco reloj
al ritmo del vacuo sonido tejido
entre motores de automóviles
y contenedores de basura.
Debería comer algo
pero la cocina está jodidamente lejos.
Moscas.
Hay demasiadas moscas en la casa
y no es verano.
Sigo tan cansado.
Fue un penoso trabajo traer su cuerpo
hasta mi cama.
¿Cómo se quitará el barro de las sábanas?
Llueve desde la infancia.
Repiquetean ténuemente las gotas
como unas limpias falanges
descarnadas sobre los cristales.
Dolor.
Malditos golpes en la puerta.
Alguien grita que es la policía.
El techo se desangra
como lechosos goterones
sobre mi frente.
Giro imperceptiblemente el cuello en la almohada
y veo crecer una flor oscura
entre sus labios.
Acerco mi oído hasta ella
miro sus tímidos ojos
fíjamente entreabiertos
muerdo su cuello
la abrazo
cierro los míos.
Amo su gélido sexo virginal.
Su gélida pureza.
Gélidos días infinitos.
Y ella sigue tan callada.