domingo, agosto 19, 2012

Un tiznado garabato.

Tanto antes como después de trabajar, solía caminar largamente, con cierta prisa contenida que le recordaba viejos tiempos de huida, de locas palpitaciones, de sudores fríos, de manos contra la pared y piernas separadas, cacheos, y alguna que otra patada traidora en los huevos; los viejos tiempos de un gilipollas al que cualquiera vestido de uniforme tenía todo el poder humano y divino de humillar. Aunque, hombre, las cosas como son, que entonces, con él, tampoco había que andarse con excesivas delicadezas. Al pan, pan y al vino más, como diría Arístides. En los pocos tratos o detenciones violentas que sufrió en su juventud siempre hubo algo en lo que encontró cierto orgullo, un no sé qué "heroico" de rebeldía sublimada, un "tenerlos bien puestos"; era lo único, quizá, por lo que le jodió tanto, en aquellos días, que se los descolocaran de una traidora patada mientras tirado en el suelo boca abajo le esposaban las manos a las espaldas. Al fin y al cabo lo de menos fue el tremendo dolor que subía de los riñones hacia la garganta en forma de arcada ácida y seca: agua pasada ya, crudos recuerdos reavivados por sus solitarios paseos nocturnos bajo el venenoso narcótico de un cielo turbio de monóxido de carbono y estrellas muertas que todavía sonaban en un cielo que no era el suyo, en un cielo que nunca fue de los hombres. Acostándose tarde se ahorraba el desayuno y con suerte la comida. Por eso de día dormía y hacia las ocho o las nueve de la noche bajaba al comedor de la sucia pensión, de eterno olor a repollo cocido y pintura vieja, amarillenta, espesa y cortada como la meada de un viejo borracho. Hay que joderse, pensaba. ¿De dónde saldrá ese puto olor que lo impregna todo?. Porque ese insano lugar era como el reino de los repollos podridos. Quizá simplemente, era el olor que desprenden los edificios viejos, cuando se pudren como la carne, el olor de una premuerte, de un moribundo, de lo corrompido por la humedad del tiempo. Daban poco de "papeo", pero al fin y al cabo era algo que echarse al escandaloso buche, y con la deuda que tenía tampoco estaba en situación de exigir pato a la naranja. Así que se tomaba el huevo frito o la morcilla, según el día, con un mendrugo de pan y salía a dar un paseo. A pesar de esos recuerdos que a veces le asaltaban, siempre le gustó pasear de noche. Sobre todo en invierno, con el suelo recién llovido, y los cristales de las casas y de los automóviles empañados por la humedad, contribuyendo a las neblinosas noches con el perenne humo de su ducados y sus pisadas lentas, pesadas como si arrastrara realmente los pilares del mundo sobre los hombros cansados. El frío y el silencio, únicamente rotos por el ruido de sus pasos y el claxon de algún automóvil lejano le ayudaban a pensar. No tenía mucho en que hacerlo ya, por eso la mayor parte del tiempo era la memoria la que aprovechaba ese hueco para colarse y fustigarlo silenciosamente. A veces, mientras iba perdido en sus pensamientos alguna puta lo interrumpía. El pan de cada día en el barrio antiguo:
.- Hola guapo, ¿echamos un polvo? Hacemos posturas, lo que tú quieras, la chupo, hasta me puedes dar por culo. Cinco mil.
.-¿Pero es que tengo yo pinta de llevar cinco mil encima? .-¡"Andalamierda"! ¡Que ya está una hasta la "figa" de malas leches ajenas!
.- Va, tira, que hoy no tengo un buen día.
.-¡August! ¡August!, ¡Que este picha floja me está vacilando!. Llamaba al senescente chulo que desde un bar próximo luchaba por atinar con un vaso de vino acercándoselo tembloroso a los ajados labios.
.- Que te den por el culo.
.- Pues como no me dé el espíritu santo, ¡Que os estáis amariconando "tos"!.- Terminaba gritando ella desde tan lejos que él no podía oírla ya.
Luego volvía al sucio cuartucho de la pensión a limpiar un poco el saxofón, lo guardaba en su caja de cuero (sus pertenencias más valiosas) y marchaba hacia el curro repasando mentalmente algunas de las notas que habría de interpretar en unos instantes. Hacía más de quince años que no se tocaba las venas. Sus sibaríticas venas no estaban hechas para unos tiempos en los que hasta el mejor caballo agonizaba gangrenoso, habiendo trocado ya lo que fue sublime relincho por el balido enfermo de una oveja vieja. Un chino de vez en cuando y con cuidado. Por seis talegos conseguía lo mejor que podía encontrarse en toda la ciudad, y que no tenía más que un diez o quince por ciento de pureza. Pura bazofia que con la sabiduría de un alquimista "cocía" con amoniaco o bicarbonato para sacarle la mierda. Cuando se "rayaba" hasta el punto de tener que salir a la calle a romperle materialmente las piernas a algún menda, buscaba sus seis talegos sableando como un cabrón aquí y allá, pillaba su caballo, se hacía un chino y tan ricamente. Era el único medio que conocía y que pudiera servirle para evitarse males mayores y sus amigos lo sabían.
Esa noche a la del garito donde tocaba, sintió el peso de miles de edificios, de millones de kilómetros de asfalto sobre el corazón. Materialmente se asfixiaba, se ahogaba. Un fuerte zumbido, quizá producto de sus sienes al borde del estallido le hizo huir desesperadamente (“fuga psicótica" le hubiera diagnosticado un psiquiatra). Y sin saber cómo, súbitamente se encontró en la terraza de un gran edificio, con la ceja partida, sangrando a borbotones por la boca, la nariz probablemente rota, y un pómulo hundido todo ello producto de algún encontronazo con el suelo, un atropello, o una paliza, quién sabe... Alguien más estaba allí y terminó recordando, saliendo de su psicótico trance, lo que lo había llevado a ese lugar esa noche de principios de un diciembre desolador como todos los diciembres de su vida. Una sombra fumaba un cigarrillo apoyada contra una de las paredes de la caseta que guardaba los contadores de la luz del edificio.
.-¿Leonor?
.- Hola, Tomás. ¿Qué te ha pasado, amor mío?
.- No lo sé. Quizá ha sido el miedo a que no estuvieras.
.- Te dije que vendría. Dime, ¿Te he mentido yo alguna vez?.
.- Sólo tú, sabes que sí.
.- Ya, nunca más...
Leonor tiró la colilla al suelo, la piso con la punta de su alto zapato y le dio la espalda, apoyándose contra la pared grisácea y áspera como una gata mimosa contra el respaldo de un mullido y caliente sofá. Tomás le levantó la breve falda mientras le mordía el cuello, en un intento de devorar tan dulces gemidos huidos de su rosa paladar, mientras introducía sus manos entre las prietas medias que aprisionaban sus muslos. Se los acarició firmemente en una subida y bajada frenética. Leonor podía notar como iba creciendo el miembro de Tomy mientras iba frotándose contra su culo. “No me hagas daño, mi amor”. “La tengo tan pequeña que no te vas a enterar y mira que lo siento”. Les dio la risa justo cuando Tomás entraba en ella. Él estaba tan excitado que no tardó en correrse y ella tan feliz cuando escuchó como Tomás pronunciaba entre jadeos su nombre, que no dijo nada del dolor y de lo que le parecía sangre bajando tibia, quizá mezclada con su semen, entre las piernas trémulas que apenas le aguantaban el peso. Luego se dijeron cosas sin mucha importancia y lloraron un poco sin saber porqué. Desde tan alto la ciudad parecía otra. Había luna nueva y las lucecitas de las farolas y vehículos que circulaban, así como la de las viviendas de aquella gran urbe, formaban una nubecilla de puntos de colores luminosos que le hicieron pensar en un gigantesco árbol de navidad cubierto del espumillón formado por los rastros luminosos que dejaban los vehículos que circulaban a gran velocidad. El silencio y el frío bailaban allá arriba muy juntitos y sintió que estaba en un lugar prohibido, interponiéndose entre sus dos inmateriales danzarines. Casi podía tocar las nubes y estuvo tentado de alzar uno de sus brazos para arrancarle un pedazo de algodón a una muy grande y rosácea que en esos momentos se deslizaba amable sobre la sangre de su cabeza como queriendo secarle algunas brechas. Pero no lo hizo. No estaba ahí para eso. Estaba absolutamente decidido y luchaba con fuerza por distraer lo menos posible su voluble atención con mamarrachas blandenguerías. Nube rosácea de algodón: ¡Y una mierda!. Mejor el aliento del demonio esputando la sangre de sus sienes abiertas. Y es que le rondaban tantas cosas la "chola" que era muy difícil mantenerla fría y echarle el suficiente valor al asunto. Recordaba los buenos tiempos de estudiante en los que soñaba con ser escritor o profesor de filosofía en cualquier instituto de secundaria hasta que llegó el día en el que tuvo que saldar unas ridículas deudas con la justicia de las que él ya se había olvidado pero no ellas de él; cuando todavía tenía un buen trabajo y podía comer más o menos bien todos los días; a Marta, su primera novia, antes de que empezara a zorrear por el centro de la ciudad corrida a palos por los sucesivos chulos que fue teniendo, cada vez más viejos conforme el caballo iba acabando con ella, mezcladores impenitentes de tinto y "Roynoles"; a su hermano el "jito" (por bajito) antes de que acabara en el psiquiátrico local con una psicosis reactiva por culpa de una sobredosis de algo parecido al "lsd" y al que era mejor no visitar, no sufrir el dolor de su profundo deterioro, no padecer el recuerdo de cuando todavía estaba bien y sabía quien era Tomás, cuando todavía sabía amar, dejarse amar; las palizas que el alcohólico de su viejo dio puntualmente todos los días a su madre, a su hermano y a él, hasta que el animal acabó con la vida de la “parienta” un día en que Tomás volvía feliz a la casa porque, jugarretas del “destino”, había sacado muy buena nota en la selectividad, a pesar del infierno en el que vivía día a día, hora a hora, minuto a minuto; las vomiteras que tuvo que limpiar y limpiarse mientras el viejo lo inflaba a "hostias"; el día en que la cirrosis acabó con papi en la antigua Cárcel Modelo, orgulloso hasta el último momento de su justiciera hazaña, de su machada, de su hombría, presumiendo de que se la sudaba que el vago de su hijo Tomás no fuera a visitarlo, ¿para qué?.. seguro que ni era hijo suyo, a saber de qué leche se había engendrado un ser tan distinto a él físicamente, tan raro, siempre enfrascado en decenas de libros extraños, ininteligibles, tan callado, tan metido dentro de sí, "este chico es un anormal", había pensado y dicho bien alto en innumerables ocasiones, casi desde que Tomy empezó a tener uso de razón y sobre todo cuando comenzó a interesarse por "esa puta música de negros"; los mamporros que don Braulio le propinó en la escuela aprovechando la contundencia del sello de oro que casualmente siempre llevaba del revés, adornándole una de sus buítreas garras de viejo facha, cuando Tomasín fallaba con la tabla de multiplicar; lo jodidamente mal que lo paso en el talego en el que entre unas cosas y otras se tiró casi cuatro años; dos estúpidas causas pendientes por tonterías que hizo cuando sólo tenía dieciocho años como quemarle la Lambretta al gilipollas del exnovio de Marta cuando se enteró de que, una noche, cuando la dejó en casa, el otro la esperaba dentro del patio, escondido como una rata para amenazarla con matarla si no dejaba a ese “emporrao” muerto de hambre, o lo de la noche del 23 F, cuando volvía a casa con una borrachera de campeonato y sin saber nada vio unos tanques en la calle y a aquel guardia civil que le dio el alto, que le volvió a llamar hijo de puta y que le gritó algo sobre el toque de queda. Ya sólo recordaba el miedo que sintió cuando se dio cuenta de que aquello no era la mierda esa del "objetivo indiscreto" que ponían entonces tanto por la tele y sobre todo la paliza que ese mismo miedo hizo que se llevara el tipo de uniforme, que debía ser buena gente porque no disparó. Muchas veces había sentido aquello cuando se enteró que aquel pobre hombre estuvo en coma más de un mes por culpa del golpe en la cabeza que se llevó con una botella de cerveza “Turia” de esas de litro; la lucha continua con la fiebre y la bajada de las defensas; las manchas en la piel; lo bien que siempre folló Rosa si él le iba dando de vez en cuando un guantazo suave y los remordimientos que le entraban cuando eyaculaba pensando en Leonor, porque sino es que no podía; los seis meses que se pasó en el penal de Cartagena cuando hizo la mili por cagarse en la madre del sargento Uceda cuando le gritó: ¡Va hijo de puta mueve el culo! Porque aunque fuera verdad que su madre fue puta, ese cabrón no era quien para recordárselo con tan poca educación y la gracia que todavía le hacía recordar, a pesar de los años transcurridos, que la mayoría de los que ocupaban casi todos aquellos putos calabozos era policías militares; el primer saxo que tuvo; el verano que fue a Granada y los ratos que pasó en las teterías liándose su “María”, ¡qué distinta se ve la Alhambra desde el mirador de San Nicolás al atardecer con unos tragos de tequila en la barriga y unos cuantos “petas” de “María” en los pulmones!. La verdad sea dicha, para él, eso era lo que la hacía hermosa. Todo lo demás eran mamoneces, piedras, cuestas y más cuestas y guiris y más guiris y gitanas gordas con ramitas de romero intentando exprimirte hasta el último billete, porque las "moneas traen mal fario". Sentados sobre la cornisa se miraron intensamente y aunque Tomás no dijo nada recordó un trocito de Tosca en donde Cavaradossi decía: "Svanì per sempre il sogno mio d’amore, l’ora è fuggita, e muoio disperato, e muoio disperato, e non ho amato mai tanto la vita, tanto la vita!" .- .-¿En qué pensabas, Tomás?
.- Te parecería una puta cursilería.- Y sonrió.
Vio las tres y siete minutos en su decapado Casio de plástico, miró hacia abajo y sintió un poco de vértigo. Espero a que un borracho terminara de vomitar junto a una de las farolas de la acera y con una extraña tristeza le vio alejarse dando tumbos como un robot mal reglado, y quizá quién sabe, volvió a acordarse del cabrón de su viejo. Comenzó a llover suavemente. Tomy siempre presumió de odiar al cursi de Rilke, pero se lo sabía de memoria en Alemán antes ya de entrar en la Facultad. De hecho y aunque le jodiera reconocerlo lo estudió por Rilke, y la verdad, sólo a él le debía la destacada capacidad que siempre demostró en todo lo que tuviera que ver con la filosofía moderna alemana. ¿Quién iba a poder entender de verdad la “Kritik der reinen Vernunft” o la “Untersuchung über die Deutlichkeit der Grundätze der natürlichen Theologie und der Moral” de Kant, por ejemplo? Había un gilipollas en la facultad que ciertamente presumía de ser un especialista en Kant sin saber Alemán. Tomás nunca le dijo nada, pero aquel pobre hombre estudiaba una traducción de sus obras al inglés, que hizo una traductora polaca y que posteriormente fue retraducido al francés y de ahí a la lengua de Cervantes. No le dijo nada quizá porque nunca se hubiesen entendido. No hablaban el mismo idioma.
Y le vino a la cabeza como un fogonazo:
Die Einsamkeit ist wie ein Regen.
[La soledad igual es a una lluvia.]
Sie steigt vom Meer den Abenden entgegen;
[Asciende desde el mar hacia las tardes.]
Recordaba cuando él y Sebastián, que entonces no eran más que dos chiquillos asustados, subían a esa misma terraza y se echaban sobre el rojo terrazo a fumar los Bisontes o los Celtas que les robaban a sus viejos, a mirar el cielo, soñando con largarse en un barco de polizón, como en las novelas del “Roberto Luís”, a una isla cojonuda, llena de mujeres hermosas de esas que como bienvenida te ponían flores en el pelo, dándote a comer unas extrañas frutas que no encontrabas ni en el mismísimo Mercado Central. Y sobre todo la noche que planearon largarse de una vez por todas y que, finalmente, no tuvieron valor para subir al barco de bandera nigeriana, después del puto chapuzón, porque era tremendo aquello, como escalar por una cuerda hasta la azotea de una finca de diez alturas. Creyó saber entonces, él al menos, que nunca escaparía de lo que quería devorarle el corazón. Fue la primera vez que sintió que no era más que un error y que eso, algún día, tendría que borrarlo como borra un niño un garabato en el papel. .
- Como borrar una tiznada raya de un papel. Así va a ser.
.- La vida no es un papel, Tomás. .
- Ya lo sé. La vida es un tiznado garabato.
.-¿Me ayudarás?
Le tendió su grande, temblorosa y huesuda mano.
.-Te quiero. Siempre te he querido. ¿Lo sabes, verdad?
.- Siempre lo supe. Sólo me hubiera vestido así para ti, ¿sabes éso tú?. .- Las rosas, son mías.
.-¿Qué rosas, Tomás? - Córtales un poco el tallo y ponles una aspirina o azúcar en el agua aunque probablemente estén ya todas muertas. Las escondí debajo de la cama para darte una sorpresa y no me he acordado de ellas hasta hace un rato.
.-Es igual, Tomás.
.-Y pensó que no había mejor regalo para otro cadáver que un ramo de rosas muertas.
Se pusieron de pie sobre la derruida cornisa, cogidos de la mano, mientras el gélido viento jugaba a llevárselos hacia el infinito azul que juntaba el cielo y el platinado mar en una raya tan destellante y fría como el filo de un cuchillo. A lo lejos, muy a lo lejos, podía ver el mar encajado en el puerto. Y también recordó a su pobre madre, a la que quizá nunca entendió, a la que nunca quiso entender, pero a la que quiso, a su manera es cierto, igual que ella también lo quiso a él a la suya. Cuantas noches se había pateado la vieja aquella zona de salados efluvios en busca de unas perras, para que a él tampoco le faltaran demasiadas cosas. Y eso tenía que reconocerlo, por mucho que desde bien jovencito hiciera gala de que no necesitaba el dinero de su madre, que con los trapicheos que se traía con el "costo" sacaba lo necesario para ir tirando él solito.
Von Ebenen, die fern sind und entlegen,
[Desde llanos remotos y lejanos,]
geht sie zum Himmel, der sie immer hat.
[sube hasta el cielo, que la tiene siempre.]
Und ers vom Himmel fällt sie auf die Stadt
[ Y del cielo desciende a la ciudad.]
Se besaron. Era la última vez que lo harían. Un regalo envuelto por cálida saliva. Locura de dos lenguas jugando a retenerse en un intento de evitar el frío que espera fuera, sobre unos labios tristes que no han de abrirse ya nunca más, salvo para dejar escapar en un último hálito imperceptible, todo el amor de golpe, al espacio infinito, que necesita en su inconmensurabilidad. Fue fácil. Simplemente dio un paso hacia delante mientras se zafaba suavemente, como una hoja marchita del árbol que la sujeta, de la mano que acariciaba la suya en el incógnito lenguaje del alma cuando ya no quiere volver a sentirse sola.
Regnet hernieder in den Zwitterstunden,
[Cae la lluvia en las ambiguas horas]
wenn sich nach Morgen wenden alle Gassen
[en que vuelven al día las callejas]
und wenn die Leiber, welche nichts gefunden,
[y en que los cuerpos, que no hallaron nada,]
La cornisa en la que se apoyaba no daba para mayores paseos, Enttäust und traurig von einander lassen;
[decepcionados, tristes, se separan,]
Y voló como un pájaro abatido, triste, ya sin miedo, como nació. Quizá se arrepintió un poco de no haber intentado arrancarle un trozo de algodón rosado a la nube que poco antes había pasado por encima de su cabeza.
dann geht die Einsamkeit mit den Flüssen...
[la soledad va entonces con los ríos...]
Pero sólo un poco. Y si hubiera tenido un sólo segundo más de tiempo, quizá habría terminado carcajeándole la tristeza. Su aliento exhausto era el que desprendía, en ese momento, olor a repollo cocido. Quizá siempre fue él el que desprendía el olor del alma cuando se pudre en un cuerpo que no le pertenece, en una carne hecha para otra vida que nunca llega ni siquiera con las frágiles muletas del “caballo”, el “costo”, la “coca”, la “maría”, el alcohol, los "transiliuns", y sus putas madres. Y quizá lo peor de todo es que tampoco tuvieran gran culpa de nada todas esas sustancias. Arriba en la terraza, el silencio y el frío seguían danzando suavemente en torno a la funda de cuero negro de un saxofón de segunda mano y la ciudad seguía pareciendo un gigantesco árbol de Navidad cubierto del espumillón que dejaban a su paso los vehículos que circulaban a gran velocidad, ajenos al breve pudin de masa encefálica que espumajeaba la acera como un bronquítico esputo del demonio que comenzaba a discurrir como un pequeño y rosado fangal hacia el vómito que todavía goteaba al suelo desde la parte inferior de la vieja farola que alumbraba tenuemente las incontables cagarrutas, no todas de perro, que sobre la acera de la parte trasera del viejo edificio yacían quietas, en silencio, adornando algunas partes del cuerpo de Tomy, como formando un todo natural y previsible. De algún modo y en todos los sentidos, desde que nació siempre fue todo en su vida teleológicamente escatológico. Como una aparición, una mujer vestida de verde que apenas podía mantenerse en pie, se acercó hasta él lenta como la yedra. Inmutable se arrodilló a su lado y envolviendo la cabeza ensangrentada en la gasa de su vestido le besó delicadamente los labios destrozados.
.-Descansa Tomy, amor mío. Descansa.- Le repitió ronca y largamente, acunándolo como a un bebé.
Y pasó mucho tiempo hasta que el sonido de una sirena cercana la hizo desaparecer por donde había venido, sin prisas, sin lágrimas, sin nada. Ya no le quedaba nada. De nuevo como en otras tantas ocasiones volvía a quedarse sin nada. Salvo con un vestido de gasa verde empapado en la sangre de Tomás y su sabor en los labios.

3 Comentarios:

Blogger Hugo Izarra dijo...

Hacía años que no leía este relato. Es brutal. Es magnífico. Tienes que resucitar esto, hombre.

12:39 a. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Es un fragmento de una de mis novelas inéditas, amigo. He de resucitar tantas cosas... Duerme en un cajón. Como otras tantas... Gracias por tu comentario, Hugo.

4:04 a. m.  
Blogger César Garrido Leiton dijo...

Es un fragmento de una de mis novelas inéditas, amigo. He de resucitar tantas cosas... Duerme en un cajón. Como otras tantas... Gracias por tu comentario, Hugo.

11:44 a. m.  

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