martes, noviembre 20, 2012

Goteo.

Ella no fue un juguete como otros.
El goteo del agua sobre mi frente 
salpica ahora el morado de sus labios.
Son ya horas con su doloroso tam-tam.
Alguien debería arreglar esa maldita gotera.
Alguien debería arrancar el timbre de la pared.
¿Por qué no puedo moverme?
Amaneció hace un rato. 
Hace otro tanto que anocheció.
Luces y sombras desde el gris 
que se cuela por las cortinas
se suceden sobre el cuero 
del tambor de su estómago
y sobre sus pechos apenas florecidos.
Afuera todo es un gigantesco reloj
al ritmo del vacuo  sonido tejido
entre motores de automóviles
 y contenedores de basura.
Debería comer algo
pero la cocina está jodidamente lejos.
Moscas.
Hay demasiadas moscas en la casa
y no es verano.
Sigo tan cansado.
Fue un penoso trabajo traer su cuerpo 
hasta mi cama.
¿Cómo se quitará el barro de las sábanas?
Llueve desde la infancia.
Repiquetean ténuemente las gotas 
como unas limpias falanges 
descarnadas sobre los cristales.
Dolor.
Malditos golpes en la puerta.
Alguien grita que es la policía.
El techo se desangra 
como lechosos goterones 
sobre mi frente.
Giro imperceptiblemente el cuello en la almohada 
y veo crecer una flor oscura 
entre sus labios.
Acerco mi oído hasta ella 
miro sus tímidos ojos 
fíjamente entreabiertos 
muerdo su cuello 
la abrazo 
cierro los míos.
Amo su gélido sexo virginal.
Su gélida pureza.
Gélidos días infinitos.
Y ella sigue tan callada.

Tercer Tetrabrick

Tercer tetrabrik.
El pueblo está en fiestas.
Aunque no sea excusa.
El cielo era hasta hace un momento una gacha tibia y azulada.
El sol un coñac caliente salpicado caprichosamente por las hojas de un árbol.
El banco de madera una mecedora detenida al borde del tiempo.
Una pelota rueda hacia nuestros pies.
Ella duerme apoyada en mi hombro.
Ella, la que lleva mi abrigo raído, tampoco tiene a donde ir.
Era un niño precioso nuestro hijo.
A lo lejos alguien ríe.
Mientras yo no sé cómo quitarme este hielo de los pies
ella sigue durmiendo como para no despertar.
Espero.
Detrás de una pelota siempre viene un niño.
Salvo hoy.
Y comienza a llover como si se desangrara el cielo.
Ya me he cortado otras veces.
Pero esta ha de ser la definitiva.
Así que saco la cuchilla del vuelto de la manga de la chaquetilla
y termino unos restos de vino.
Qué hermosa es.
Parece una flor mecida por el viento cuando respira.
Y sus cabellos agitados los pétalos de alguna rara especie botánica caprichosa.
Mis antebrazos lo salpican todo como si llevaran instalados un compresor en los bíceps.
La cojo por la cintura.
La lluvia arrecia.
¿Llueve?- me pregunta medio dormida.
Sólo chispéa, duerme mi amor- le digo yo.

Ahí en el fondo....

Sigues ahí al fondo
en el trastero de la vida.
Como un objeto viejo e inútil
que todavía no he tirado
y con el que cuando menos lo esperas
te das un buen golpe en las espinillas.
Acumulando polvo y telarañas
entre abrazos secos
flores acartonadas
besos polvorientos
lágrimas como piedritas
danzas invisibles
besos avinagrados
lenguaje de sordomudos
coitos sin sudor
pieles apergaminadas
perfumes sin olor
y sexo sin perfumes.
Y tú no te mereces eso amor.
Ni yo quiero más golpes.
Hoy mismo paso por ahí
si tengo un ratito,
con una bayeta
bien mojada en alcohol
y lo limpio todo.

Hache

hombre
heciento
hedo
helminto
hecho
herrumbre
hediento
hambriento
hoy
hinca
hoza
hiede
hende

hunde
hembra
hermosa

Noviembre y un poco de mierda fascista.

Ustedes ignoran lo que es jugarse la vida.
Y no porque sean ignorantes
o no se la hayan jugado.
Es sólo porque lo ignoran.
Como por ejemplo buscar
la última habitación de la casa
para no tener que escuchar a ese vecino
(al que de todos modos van a escuchar)
fornicando en las paredes
con su taladro de última generación
a todas las mujeres con las que jamás yació
mientras sólo declama
alguna forma del subjuntivo del verbo matar.
Un día eché su puerta abajo
le partí su estúpida cara de asombro
y me costó una detención.
En otra ocasión quise escuchar a Lila Downs
en un bar de “España 2000”
y nos rompimos las madres.
Obviamente yo salí ganando;
los ensucié con mi sangre.
No es que mi sangre tenga nada de especial
no vayan a creerse que ando presumiendo
de rancios abolengos.
Aunque podría presumir de su oxímoron.
Es que en noviembre no soporto
a los hijos de putas fascistas.
Tómese como licencia poética
pues nunca tuve nada contra las putas. 
Y digo noviembre como podría haber dicho
y un poco de hierba o su anáfora.
La saqué entonces de la tierra
de un asqueroso piso de mierda
como una delicada trufa negra.
Llovía a cántaros y sangraba hasta por su nombre.
La cuidé como a mi hija.
Y lo más hermoso es que sigue conmigo
aunque ya hace mucho tiempo que se murió.
¿Para qué darle más vueltas?

viernes, noviembre 16, 2012

Para no hacerte poemas...

A veces duele vivir
tú también lo viviste
y no son los besos
o los polvos vieja

es escucharte
iracunda madre
bajando
por las escaleras
como demonio
del inframundo
buscándome
las pulgas mamá
como si no supieras
que te duele a ti
este dolor ignoto
que terminará
que ya terminó
que me duele a mí
deja de golpearme
y ya no haré poemas.

domingo, noviembre 11, 2012

Criaturas Oscuras.



Hay criaturas nocturnas
que deliran pero que no mienten.
Mariposas oscuras
en los parques de las noches
que aletean su hedor a muerte
desesperadamente
por todo el mundo
para que las crean.
Saben que elegiste
justamente ese banquito
para cerrar los ojos
definitivamente sobre él.
No obstante, no te dejarán hacerlo.
Casi incorpóreas
llegarán flotando
huyendo del ángel exterminador
que es la cloaca
de la violenta soledad
que les amoratona el rostro.
Posarán entonces
muy silenciosamente
su pesada alma maquillada
a tu lado
como animal necrófago
que busca un último bocado.
Te contarán un cuento
que siempre es el mismo.
Fantasmas herrantes
por pastillas, alcohol, dinero o desamor
que no saben
que ya han muerto
y que se miran
sobre el jodido préstamo
del espejo encriptado de su propio rostro.
Mirarás quizás a esa vieja destruida.
Quizás oses mirar
a los ojos a su viejo
mientras ruega a un Dios
en el que no cree
para que todo termine cuanto antes.
Un cielo de caliente mierda
lloverá entonces
sobre tu ingenuo rostro
y será su golpear
como la embestida de un toro.
Sabrás al fin
aunque sólo sea un poco
de la naturaleza del amor
de su miseria
y de como te ha de ensuciar
aunque sólo seas
un cobarde observador
en los lindes de la muerte.

domingo, noviembre 04, 2012

Si Dios te hizo a su semblanza.

Si Dios te hizo a su semblanza
dotándote armoniosa en corazones
de la esencia sutil de sus razones
yo fui su contrapeso en la balanza.
Tu otro extremo en la acercanza
de un cielo febril de sensaciones
abriéndose brutal a sus pasiones
el pecho con coñac, cuchillo y lanza.
Si otrora minotauro desbocado
galopando a ciegas en tu alma
hoy nado en tu agua enamorado
dormido en los corales de tu calma
pues trocaste el erial arrasado
en el hombre de palabras que te ama.

(Estúpido juego de rimas... )

Ni la belleza te salva.

Llueve el sol
tras los cristales rotos
gotean aristas tus besos 

como plomo fuego
caen oscuros rojos
ardientes 

al gres del suelo.
No les di muy fuerte
pero ya me conoces
sabes cual es mi suerte
andar enamorado
hastiado
calado en seco
chorreante
desengañado
casi ciego.
Todo es como siempre:
entra tu agua en mi casa
mi sangre lo salpica todo
y que me encuentren
con la jodida muerte
maquillada por tu lodo.
Ni la belleza te salva
lo llevas impreso en los huesos:
esa tristeza rubia y algún beso.


(Gloria.)

La deuda es lo prometido.




Voy a darte lo  prometido.
Algo sencillo o algo incierto
para que no duermas fiera.
Entre las orquídeas besos.
Infinitos pasos repetidos
caminados que ya caminé
y mi dolor de hígado.
Mis dedos entre tus muslos
harán el trabajo incierto
de buscar una tormenta
como  un rayo entre las uvas
del agua que no  he bebido
de tu carne que me da sed.
 Y te adorno pulcramente
como a mi propio cadáver
mientras fuera yace el día
como una puta muerta
inexistente sobre la acera.
Y es estupendo observarlo
todo para contarte
que hoy me crecieron dedos
con sus excitadas yemas
solamente para tocarte.



(Susan... )

domingo, agosto 19, 2012

Espuma de los días.

A veces mi corazón,
envuelto en la cellisca nocturna,
rueda,
circula,
se pierde en sí mismo,
en lo que fuimos juntos.
Un dos sin tres,
sin antes ni después.
Y gira loco,
ebrio de amor,
de desamor,
de locura,
en lo más volátil,
pero efervescente,
y evanescente
de esta espuma de los días,
que hierve en los labios,
todavía,
como aquellos largos besos...

La verdad es que me has gustado.

.- Hola cariño. Me has gustado. Es la puta verdad. Y no te creas que esto se lo digo a todos. ¿Eres músico? ...ya me gustaría a mí ver el instrumento que guardas ahí. Podemos hacer posturas, la chupo, lo que tú quieras. Menos dar por culo. Veinte..¿Qué me dices? Era bajita, delgada, de caderas anchas, casi una niña de ojos grandes y tristes, llorosos, de cielo de otoño en primavera, nublados por el trote mortecino de un caballo pasado de moda. .- No llevo un puto duro encima.- Le mentí. .-¿Te espero? Pero tienes que ser rápido. Ya sabes, los maderos, no me puedo quedar mucho tiempo por aquí, llevan ya dos vueltas a la manzana y aunque echo a andar cuando aparecen, creo que a la próxima, me joden la noche. Ya se han llevado a unas cuantas en la calle Balmes. Me quitó algo del párpado derecho, una motita quizá, con una suavidad que me emocionó extrañamente, como si fuéramos novios, mientras inquieta y preparada para echar a andar en cualquier momento, husmeaba los extremos de la calle en un intento de atisbar la inminente llegada de la odiada “lechera”, esa clase de lechiga moderna y motorizada que limpiaba la ciudad, que transportaba hacia la comisaría más cercana, para enterrar en ella un poco más, a ese tipo de cadáveres que todavía eran capaces de preocuparse por la pequeña mota que puede incomodar el ojo de uno, mientras ofrecen a todas tus perversiones su frágil esqueleto de cristal por cuatro perras. .- Bueno, vale, voy a buscar el dinero y vuelvo.- Volví a mentirle, y me marché como un judas gilipollas, más convencido que unos minutos antes que necesitaba una última copa, antes de volver a la sucia pensión a dejarme magrear por el escurridizo y endeble Morfeo de los borrachos, tan dado a la botella como éstos, cuando después de unos pasos ella me dijo:
.-¿Y un cigarrillo? ¿Me darías por lo menos un cigarrillo?.
.- Claro mujer.- Le lancé uno .
.- ¿Y fuego?.- ¿Me darías fuego?....
.-Pues claro mujer....
No tendría más de doce años.

Llamada a medianoche.

Sonó el puto teléfono. Sólo intentaba dormir algo después de varios días bebiendo y dándole a las teclas de vez en cuando."¿Lo cojo o no lo cojo?”. Lo pensé más detenidamente. Debe ser o un error o algo importante. Era Arístides, estaba fuera de sí y más borracho que una cuba. Era raro que Arístides me llamara por teléfono, tanto o más que lo hiciera yo. Sólo nos llamábamos en circunstancias especiales. Y esta debía ser una de ellas. Simplemente odiábamos el imprescindible aparatejo:
.-"Amicus est tamquam alter idem". - dije yo, sin pensar.
.-Verus Amicus....- respondió como de costumbre......
.-¿Te acuerdas de Verónica?.
.-¿Qué Verónica?.
.- La de cuarto curso.
.- No me jodas, ya no me acuerdo ni del cuarto curso.
.- Pues anoche se pasó por el bar con unas amigas.-
.-¿Y?.- .- Iban todas como locas.-
.-¿Pero tú sabes qué hora es cabrón? .
.-¡Calla, hostias!... y escucha....
.-Bueno... Hay que joderse.... ¿Despedida de soltera o algo así?.....-
.- Despedida de cordura, de hígado, de todo, macho, se lo bebieron todo.-
.-¿Y?.- .- Que me reconoció.-
.-¡Ah, Verónica!, la calientapollas esa, una pelirroja con gafitas, con unas tetas siempre en punta, de esas que parecen caer hacia arriba.- Terminé recordando.
.- Esa, esa: "La termo".
.-¿Y qué? ¿Sigue tan caliente por dentro y tan fría por fuera?.-
.-¡AHORA ES UN TIZÓN ARDIENDO!. Me dijo que había leído algún poema mío en "Para cuando murmuren las brújulas". Yo le digo "¿Sabes que también me encargo yo de su maquetación? Y ella me dice "¿Has leído algo de Jaime Sancho?, Ese que ahora es director de teatro y que tiene tanto éxito con "Improvisando tus cositas". Yo le digo "Ese escribe del culo, y eso de que "dirige" vamos a dejarlo a parte". Y la tía insiste "¿No has leído su "Poemática del Devenir?." Yo le digo "no pude terminarla". Y dice ella "pues había un poema precioso que decía algo así como:
“Pero a los hombres no se nos permite descansar en ningún sitio; nos evaporamos, caemos dolorosa y obscuramente por el fluido tiempo como el agua de un rio, que de piedra en piedra, es lanzada al incógnito devenir."
Yo le digo "vaya mierda", además, plagia obscena e infantilmente el “Hiperión” de Hölderlin. Y la tía va y dice "¿Quién es Hölderlin?". Yo le digo "Nadie, un desgraciado sabio que terminó loco y que también escribía". " En Alemania, es muy apreciado... añado. ¿Escribía?. Sí, está muerto.- le digo yo. "Pobre chico", dice ella. Y yo le pregunto ¿Terminaste la carrera?.- Y ella dice: "Cumlaude". Y yo digo ¡Válgame Dios!. Y ella "por tu forma de escribir pensaba que no creías en Dios". Desde luego cada día menos. - le digo yo. ¡Qué negativo te veo, casi tanto como guapo!...antes no estabas tan bien. Y yo le digo "claro, antes estaba mejor". Y me suelta: "todavía te gustaría follarme". ¿Y tú cómo sabes que alguna vez quise follarte?. "Todos queríais hacerlo" me dice la muy cabrona. "¡Vamos!".-le digo yo. "Adónde".-dice ella. Al váter.- digo yo. ¿Y si alguien entra y te roba la caja?.- "Que le den por culo a la caja" dije yo, no sin antes echarme al bolsillo la recaudación. Y me la llevé al aseo. Casi no cabiamos allí dentro. Yo iba loco. La tía se sube la faldita, se estira hacia un lado las braguitas negras y me dice "¿Te gusta mi chichi?". Se había rasurado el pubis de modo que le quedaba una franja vertical de vello rojizo, tenía un coño bonito, pequeño y rosado, con unos labios rosaditos y mofletudos. Yo le digo "¿A qué me lo como?" Y ella "¿A qué no?". Y me pongo a chupárselo. Todo iba como la seda, me puse a cien, como un mismísimo burro. Pero la tía va y me suelta de pronto: "¡Toma bacalao! ¡Toma bacalao!....
.-¿Y qué?.-
.- Pues que lo del bacalao me trajo a la cabeza por una extraña asociación de ideas, o bueno, por una lógica asociación de ideas...
.-¿Qué dices Arístides?. Me duele un huevo la cabeza y tu estás consiguiendo llevármela al borde del estallido. No tienes ni idea por lo que estoy pasando últimamente.
.-.....Pues que pensé en un pez...
.-¿En un pez?.-
.- Sí en un pez, coño.-
.-¿En un pez coño?.-
.-¡EN UN PEZ!¡EN UN PEZ!. ¡JODER!
.-¿Tú le has dado sólo al coñac o a alguna otra cosa más, Arístides?.-
.-En un pez. Del pez pasé al pez hablando Esperanto. ¿Recuerdas mi sueño, no? .- No te enfades. ¿Cuál?
.- Ese que me persigue desde antes de mi separación: Trabajo para una empresa de catering y me mandan a por pescado. De pronto estoy como un esquimal mirando a un agujero que hay en el suelo, pero sin caña ni nieve ni hostias. Sólo miro el agujero porque me llama la atención que entre las turbias aguas que encierra de vez en cuando aparece, cristalinamente un hermoso pez naranja. Yo quiero cogerlo. Me atrae como una mujer, tiene el sexo de una mujer, quiero follármelo, pero cada vez que intento atraparlo el cabrón vuelve a desaparecer bajo un cenagal. Sólo cuando me calmo y vuelvo a esperar pacientemente, vuelve a aparecer el muy puto, moviendo su colita, como burlándose de mí, como provocándome de nuevo a que intente “calzármelo”. Al borde del agujero un cartelito dice “Solo Esperanto”. Y yo al final siempre termino despertando con la idea de que no conozco ese ridículo idioma y que tengo que aprenderlo, como si me hiciera falta para que no me despidan.
.-¿Todavía andamos así?.
.-Total, que se me deshinchó el pito como un globito mal atado.
.-Mientras no te olvides de tu "ex", el pececito va a seguir coleando para rato.
.-Y lo que más me jode es que fui yo quien cortó por lo sano.
.-Lo que tienes que hacer cuando te acuestes y vuelvas a soñar con el jodido pececito es ponerle un buen anzuelo y con mucha, mucha paciencia, cuando pique, sacarlo, descabezarlo, limpiarle bien las tripas y hacértelo a la brasa. Y cuando esté bien, pero que muy bien torrado asegurarte que no dejas ni las raspas. .-A ver si esta vez lo consigo.- Me dijo con excesivo desánimo.
.-Eso tú verás, pero ten en cuenta que oportunidades como la que perdiste, se dan muy pocas veces en la vida.
.- Qué me vas a decir a mí,..."la termo"... ¡La madre que me parió!.
.- ... Césarrr...
.- Quéeee...!
.- La "termo” me soltó una hostia y se largó. En mi vida me he sentido peor, allí de pie, con los pantalones por los tobillos y la minga más arrugada que el fuelle de un acordeón.
.-Por cierto.... .-Quéee...
.-Que si puedes venir a buscarme... Mientras le comía el coño a la soplapollas esa, me quité las gafas como si fueran una prenda de ropa y las lancé contra una de las paredes..... No veo un pijo....
.- Claro, maldito, cabrón, claro... Ya voy... Total, sólo intentaba dormir. Eso sí, si me entra sueño, conduces tú....
.- Jajaja... ¡Que no veo una mierda, tío....!
.- Nunca has visto una mierda, hermano. Ya voy.

Un tiznado garabato.

Tanto antes como después de trabajar, solía caminar largamente, con cierta prisa contenida que le recordaba viejos tiempos de huida, de locas palpitaciones, de sudores fríos, de manos contra la pared y piernas separadas, cacheos, y alguna que otra patada traidora en los huevos; los viejos tiempos de un gilipollas al que cualquiera vestido de uniforme tenía todo el poder humano y divino de humillar. Aunque, hombre, las cosas como son, que entonces, con él, tampoco había que andarse con excesivas delicadezas. Al pan, pan y al vino más, como diría Arístides. En los pocos tratos o detenciones violentas que sufrió en su juventud siempre hubo algo en lo que encontró cierto orgullo, un no sé qué "heroico" de rebeldía sublimada, un "tenerlos bien puestos"; era lo único, quizá, por lo que le jodió tanto, en aquellos días, que se los descolocaran de una traidora patada mientras tirado en el suelo boca abajo le esposaban las manos a las espaldas. Al fin y al cabo lo de menos fue el tremendo dolor que subía de los riñones hacia la garganta en forma de arcada ácida y seca: agua pasada ya, crudos recuerdos reavivados por sus solitarios paseos nocturnos bajo el venenoso narcótico de un cielo turbio de monóxido de carbono y estrellas muertas que todavía sonaban en un cielo que no era el suyo, en un cielo que nunca fue de los hombres. Acostándose tarde se ahorraba el desayuno y con suerte la comida. Por eso de día dormía y hacia las ocho o las nueve de la noche bajaba al comedor de la sucia pensión, de eterno olor a repollo cocido y pintura vieja, amarillenta, espesa y cortada como la meada de un viejo borracho. Hay que joderse, pensaba. ¿De dónde saldrá ese puto olor que lo impregna todo?. Porque ese insano lugar era como el reino de los repollos podridos. Quizá simplemente, era el olor que desprenden los edificios viejos, cuando se pudren como la carne, el olor de una premuerte, de un moribundo, de lo corrompido por la humedad del tiempo. Daban poco de "papeo", pero al fin y al cabo era algo que echarse al escandaloso buche, y con la deuda que tenía tampoco estaba en situación de exigir pato a la naranja. Así que se tomaba el huevo frito o la morcilla, según el día, con un mendrugo de pan y salía a dar un paseo. A pesar de esos recuerdos que a veces le asaltaban, siempre le gustó pasear de noche. Sobre todo en invierno, con el suelo recién llovido, y los cristales de las casas y de los automóviles empañados por la humedad, contribuyendo a las neblinosas noches con el perenne humo de su ducados y sus pisadas lentas, pesadas como si arrastrara realmente los pilares del mundo sobre los hombros cansados. El frío y el silencio, únicamente rotos por el ruido de sus pasos y el claxon de algún automóvil lejano le ayudaban a pensar. No tenía mucho en que hacerlo ya, por eso la mayor parte del tiempo era la memoria la que aprovechaba ese hueco para colarse y fustigarlo silenciosamente. A veces, mientras iba perdido en sus pensamientos alguna puta lo interrumpía. El pan de cada día en el barrio antiguo:
.- Hola guapo, ¿echamos un polvo? Hacemos posturas, lo que tú quieras, la chupo, hasta me puedes dar por culo. Cinco mil.
.-¿Pero es que tengo yo pinta de llevar cinco mil encima? .-¡"Andalamierda"! ¡Que ya está una hasta la "figa" de malas leches ajenas!
.- Va, tira, que hoy no tengo un buen día.
.-¡August! ¡August!, ¡Que este picha floja me está vacilando!. Llamaba al senescente chulo que desde un bar próximo luchaba por atinar con un vaso de vino acercándoselo tembloroso a los ajados labios.
.- Que te den por el culo.
.- Pues como no me dé el espíritu santo, ¡Que os estáis amariconando "tos"!.- Terminaba gritando ella desde tan lejos que él no podía oírla ya.
Luego volvía al sucio cuartucho de la pensión a limpiar un poco el saxofón, lo guardaba en su caja de cuero (sus pertenencias más valiosas) y marchaba hacia el curro repasando mentalmente algunas de las notas que habría de interpretar en unos instantes. Hacía más de quince años que no se tocaba las venas. Sus sibaríticas venas no estaban hechas para unos tiempos en los que hasta el mejor caballo agonizaba gangrenoso, habiendo trocado ya lo que fue sublime relincho por el balido enfermo de una oveja vieja. Un chino de vez en cuando y con cuidado. Por seis talegos conseguía lo mejor que podía encontrarse en toda la ciudad, y que no tenía más que un diez o quince por ciento de pureza. Pura bazofia que con la sabiduría de un alquimista "cocía" con amoniaco o bicarbonato para sacarle la mierda. Cuando se "rayaba" hasta el punto de tener que salir a la calle a romperle materialmente las piernas a algún menda, buscaba sus seis talegos sableando como un cabrón aquí y allá, pillaba su caballo, se hacía un chino y tan ricamente. Era el único medio que conocía y que pudiera servirle para evitarse males mayores y sus amigos lo sabían.
Esa noche a la del garito donde tocaba, sintió el peso de miles de edificios, de millones de kilómetros de asfalto sobre el corazón. Materialmente se asfixiaba, se ahogaba. Un fuerte zumbido, quizá producto de sus sienes al borde del estallido le hizo huir desesperadamente (“fuga psicótica" le hubiera diagnosticado un psiquiatra). Y sin saber cómo, súbitamente se encontró en la terraza de un gran edificio, con la ceja partida, sangrando a borbotones por la boca, la nariz probablemente rota, y un pómulo hundido todo ello producto de algún encontronazo con el suelo, un atropello, o una paliza, quién sabe... Alguien más estaba allí y terminó recordando, saliendo de su psicótico trance, lo que lo había llevado a ese lugar esa noche de principios de un diciembre desolador como todos los diciembres de su vida. Una sombra fumaba un cigarrillo apoyada contra una de las paredes de la caseta que guardaba los contadores de la luz del edificio.
.-¿Leonor?
.- Hola, Tomás. ¿Qué te ha pasado, amor mío?
.- No lo sé. Quizá ha sido el miedo a que no estuvieras.
.- Te dije que vendría. Dime, ¿Te he mentido yo alguna vez?.
.- Sólo tú, sabes que sí.
.- Ya, nunca más...
Leonor tiró la colilla al suelo, la piso con la punta de su alto zapato y le dio la espalda, apoyándose contra la pared grisácea y áspera como una gata mimosa contra el respaldo de un mullido y caliente sofá. Tomás le levantó la breve falda mientras le mordía el cuello, en un intento de devorar tan dulces gemidos huidos de su rosa paladar, mientras introducía sus manos entre las prietas medias que aprisionaban sus muslos. Se los acarició firmemente en una subida y bajada frenética. Leonor podía notar como iba creciendo el miembro de Tomy mientras iba frotándose contra su culo. “No me hagas daño, mi amor”. “La tengo tan pequeña que no te vas a enterar y mira que lo siento”. Les dio la risa justo cuando Tomás entraba en ella. Él estaba tan excitado que no tardó en correrse y ella tan feliz cuando escuchó como Tomás pronunciaba entre jadeos su nombre, que no dijo nada del dolor y de lo que le parecía sangre bajando tibia, quizá mezclada con su semen, entre las piernas trémulas que apenas le aguantaban el peso. Luego se dijeron cosas sin mucha importancia y lloraron un poco sin saber porqué. Desde tan alto la ciudad parecía otra. Había luna nueva y las lucecitas de las farolas y vehículos que circulaban, así como la de las viviendas de aquella gran urbe, formaban una nubecilla de puntos de colores luminosos que le hicieron pensar en un gigantesco árbol de navidad cubierto del espumillón formado por los rastros luminosos que dejaban los vehículos que circulaban a gran velocidad. El silencio y el frío bailaban allá arriba muy juntitos y sintió que estaba en un lugar prohibido, interponiéndose entre sus dos inmateriales danzarines. Casi podía tocar las nubes y estuvo tentado de alzar uno de sus brazos para arrancarle un pedazo de algodón a una muy grande y rosácea que en esos momentos se deslizaba amable sobre la sangre de su cabeza como queriendo secarle algunas brechas. Pero no lo hizo. No estaba ahí para eso. Estaba absolutamente decidido y luchaba con fuerza por distraer lo menos posible su voluble atención con mamarrachas blandenguerías. Nube rosácea de algodón: ¡Y una mierda!. Mejor el aliento del demonio esputando la sangre de sus sienes abiertas. Y es que le rondaban tantas cosas la "chola" que era muy difícil mantenerla fría y echarle el suficiente valor al asunto. Recordaba los buenos tiempos de estudiante en los que soñaba con ser escritor o profesor de filosofía en cualquier instituto de secundaria hasta que llegó el día en el que tuvo que saldar unas ridículas deudas con la justicia de las que él ya se había olvidado pero no ellas de él; cuando todavía tenía un buen trabajo y podía comer más o menos bien todos los días; a Marta, su primera novia, antes de que empezara a zorrear por el centro de la ciudad corrida a palos por los sucesivos chulos que fue teniendo, cada vez más viejos conforme el caballo iba acabando con ella, mezcladores impenitentes de tinto y "Roynoles"; a su hermano el "jito" (por bajito) antes de que acabara en el psiquiátrico local con una psicosis reactiva por culpa de una sobredosis de algo parecido al "lsd" y al que era mejor no visitar, no sufrir el dolor de su profundo deterioro, no padecer el recuerdo de cuando todavía estaba bien y sabía quien era Tomás, cuando todavía sabía amar, dejarse amar; las palizas que el alcohólico de su viejo dio puntualmente todos los días a su madre, a su hermano y a él, hasta que el animal acabó con la vida de la “parienta” un día en que Tomás volvía feliz a la casa porque, jugarretas del “destino”, había sacado muy buena nota en la selectividad, a pesar del infierno en el que vivía día a día, hora a hora, minuto a minuto; las vomiteras que tuvo que limpiar y limpiarse mientras el viejo lo inflaba a "hostias"; el día en que la cirrosis acabó con papi en la antigua Cárcel Modelo, orgulloso hasta el último momento de su justiciera hazaña, de su machada, de su hombría, presumiendo de que se la sudaba que el vago de su hijo Tomás no fuera a visitarlo, ¿para qué?.. seguro que ni era hijo suyo, a saber de qué leche se había engendrado un ser tan distinto a él físicamente, tan raro, siempre enfrascado en decenas de libros extraños, ininteligibles, tan callado, tan metido dentro de sí, "este chico es un anormal", había pensado y dicho bien alto en innumerables ocasiones, casi desde que Tomy empezó a tener uso de razón y sobre todo cuando comenzó a interesarse por "esa puta música de negros"; los mamporros que don Braulio le propinó en la escuela aprovechando la contundencia del sello de oro que casualmente siempre llevaba del revés, adornándole una de sus buítreas garras de viejo facha, cuando Tomasín fallaba con la tabla de multiplicar; lo jodidamente mal que lo paso en el talego en el que entre unas cosas y otras se tiró casi cuatro años; dos estúpidas causas pendientes por tonterías que hizo cuando sólo tenía dieciocho años como quemarle la Lambretta al gilipollas del exnovio de Marta cuando se enteró de que, una noche, cuando la dejó en casa, el otro la esperaba dentro del patio, escondido como una rata para amenazarla con matarla si no dejaba a ese “emporrao” muerto de hambre, o lo de la noche del 23 F, cuando volvía a casa con una borrachera de campeonato y sin saber nada vio unos tanques en la calle y a aquel guardia civil que le dio el alto, que le volvió a llamar hijo de puta y que le gritó algo sobre el toque de queda. Ya sólo recordaba el miedo que sintió cuando se dio cuenta de que aquello no era la mierda esa del "objetivo indiscreto" que ponían entonces tanto por la tele y sobre todo la paliza que ese mismo miedo hizo que se llevara el tipo de uniforme, que debía ser buena gente porque no disparó. Muchas veces había sentido aquello cuando se enteró que aquel pobre hombre estuvo en coma más de un mes por culpa del golpe en la cabeza que se llevó con una botella de cerveza “Turia” de esas de litro; la lucha continua con la fiebre y la bajada de las defensas; las manchas en la piel; lo bien que siempre folló Rosa si él le iba dando de vez en cuando un guantazo suave y los remordimientos que le entraban cuando eyaculaba pensando en Leonor, porque sino es que no podía; los seis meses que se pasó en el penal de Cartagena cuando hizo la mili por cagarse en la madre del sargento Uceda cuando le gritó: ¡Va hijo de puta mueve el culo! Porque aunque fuera verdad que su madre fue puta, ese cabrón no era quien para recordárselo con tan poca educación y la gracia que todavía le hacía recordar, a pesar de los años transcurridos, que la mayoría de los que ocupaban casi todos aquellos putos calabozos era policías militares; el primer saxo que tuvo; el verano que fue a Granada y los ratos que pasó en las teterías liándose su “María”, ¡qué distinta se ve la Alhambra desde el mirador de San Nicolás al atardecer con unos tragos de tequila en la barriga y unos cuantos “petas” de “María” en los pulmones!. La verdad sea dicha, para él, eso era lo que la hacía hermosa. Todo lo demás eran mamoneces, piedras, cuestas y más cuestas y guiris y más guiris y gitanas gordas con ramitas de romero intentando exprimirte hasta el último billete, porque las "moneas traen mal fario". Sentados sobre la cornisa se miraron intensamente y aunque Tomás no dijo nada recordó un trocito de Tosca en donde Cavaradossi decía: "Svanì per sempre il sogno mio d’amore, l’ora è fuggita, e muoio disperato, e muoio disperato, e non ho amato mai tanto la vita, tanto la vita!" .- .-¿En qué pensabas, Tomás?
.- Te parecería una puta cursilería.- Y sonrió.
Vio las tres y siete minutos en su decapado Casio de plástico, miró hacia abajo y sintió un poco de vértigo. Espero a que un borracho terminara de vomitar junto a una de las farolas de la acera y con una extraña tristeza le vio alejarse dando tumbos como un robot mal reglado, y quizá quién sabe, volvió a acordarse del cabrón de su viejo. Comenzó a llover suavemente. Tomy siempre presumió de odiar al cursi de Rilke, pero se lo sabía de memoria en Alemán antes ya de entrar en la Facultad. De hecho y aunque le jodiera reconocerlo lo estudió por Rilke, y la verdad, sólo a él le debía la destacada capacidad que siempre demostró en todo lo que tuviera que ver con la filosofía moderna alemana. ¿Quién iba a poder entender de verdad la “Kritik der reinen Vernunft” o la “Untersuchung über die Deutlichkeit der Grundätze der natürlichen Theologie und der Moral” de Kant, por ejemplo? Había un gilipollas en la facultad que ciertamente presumía de ser un especialista en Kant sin saber Alemán. Tomás nunca le dijo nada, pero aquel pobre hombre estudiaba una traducción de sus obras al inglés, que hizo una traductora polaca y que posteriormente fue retraducido al francés y de ahí a la lengua de Cervantes. No le dijo nada quizá porque nunca se hubiesen entendido. No hablaban el mismo idioma.
Y le vino a la cabeza como un fogonazo:
Die Einsamkeit ist wie ein Regen.
[La soledad igual es a una lluvia.]
Sie steigt vom Meer den Abenden entgegen;
[Asciende desde el mar hacia las tardes.]
Recordaba cuando él y Sebastián, que entonces no eran más que dos chiquillos asustados, subían a esa misma terraza y se echaban sobre el rojo terrazo a fumar los Bisontes o los Celtas que les robaban a sus viejos, a mirar el cielo, soñando con largarse en un barco de polizón, como en las novelas del “Roberto Luís”, a una isla cojonuda, llena de mujeres hermosas de esas que como bienvenida te ponían flores en el pelo, dándote a comer unas extrañas frutas que no encontrabas ni en el mismísimo Mercado Central. Y sobre todo la noche que planearon largarse de una vez por todas y que, finalmente, no tuvieron valor para subir al barco de bandera nigeriana, después del puto chapuzón, porque era tremendo aquello, como escalar por una cuerda hasta la azotea de una finca de diez alturas. Creyó saber entonces, él al menos, que nunca escaparía de lo que quería devorarle el corazón. Fue la primera vez que sintió que no era más que un error y que eso, algún día, tendría que borrarlo como borra un niño un garabato en el papel. .
- Como borrar una tiznada raya de un papel. Así va a ser.
.- La vida no es un papel, Tomás. .
- Ya lo sé. La vida es un tiznado garabato.
.-¿Me ayudarás?
Le tendió su grande, temblorosa y huesuda mano.
.-Te quiero. Siempre te he querido. ¿Lo sabes, verdad?
.- Siempre lo supe. Sólo me hubiera vestido así para ti, ¿sabes éso tú?. .- Las rosas, son mías.
.-¿Qué rosas, Tomás? - Córtales un poco el tallo y ponles una aspirina o azúcar en el agua aunque probablemente estén ya todas muertas. Las escondí debajo de la cama para darte una sorpresa y no me he acordado de ellas hasta hace un rato.
.-Es igual, Tomás.
.-Y pensó que no había mejor regalo para otro cadáver que un ramo de rosas muertas.
Se pusieron de pie sobre la derruida cornisa, cogidos de la mano, mientras el gélido viento jugaba a llevárselos hacia el infinito azul que juntaba el cielo y el platinado mar en una raya tan destellante y fría como el filo de un cuchillo. A lo lejos, muy a lo lejos, podía ver el mar encajado en el puerto. Y también recordó a su pobre madre, a la que quizá nunca entendió, a la que nunca quiso entender, pero a la que quiso, a su manera es cierto, igual que ella también lo quiso a él a la suya. Cuantas noches se había pateado la vieja aquella zona de salados efluvios en busca de unas perras, para que a él tampoco le faltaran demasiadas cosas. Y eso tenía que reconocerlo, por mucho que desde bien jovencito hiciera gala de que no necesitaba el dinero de su madre, que con los trapicheos que se traía con el "costo" sacaba lo necesario para ir tirando él solito.
Von Ebenen, die fern sind und entlegen,
[Desde llanos remotos y lejanos,]
geht sie zum Himmel, der sie immer hat.
[sube hasta el cielo, que la tiene siempre.]
Und ers vom Himmel fällt sie auf die Stadt
[ Y del cielo desciende a la ciudad.]
Se besaron. Era la última vez que lo harían. Un regalo envuelto por cálida saliva. Locura de dos lenguas jugando a retenerse en un intento de evitar el frío que espera fuera, sobre unos labios tristes que no han de abrirse ya nunca más, salvo para dejar escapar en un último hálito imperceptible, todo el amor de golpe, al espacio infinito, que necesita en su inconmensurabilidad. Fue fácil. Simplemente dio un paso hacia delante mientras se zafaba suavemente, como una hoja marchita del árbol que la sujeta, de la mano que acariciaba la suya en el incógnito lenguaje del alma cuando ya no quiere volver a sentirse sola.
Regnet hernieder in den Zwitterstunden,
[Cae la lluvia en las ambiguas horas]
wenn sich nach Morgen wenden alle Gassen
[en que vuelven al día las callejas]
und wenn die Leiber, welche nichts gefunden,
[y en que los cuerpos, que no hallaron nada,]
La cornisa en la que se apoyaba no daba para mayores paseos, Enttäust und traurig von einander lassen;
[decepcionados, tristes, se separan,]
Y voló como un pájaro abatido, triste, ya sin miedo, como nació. Quizá se arrepintió un poco de no haber intentado arrancarle un trozo de algodón rosado a la nube que poco antes había pasado por encima de su cabeza.
dann geht die Einsamkeit mit den Flüssen...
[la soledad va entonces con los ríos...]
Pero sólo un poco. Y si hubiera tenido un sólo segundo más de tiempo, quizá habría terminado carcajeándole la tristeza. Su aliento exhausto era el que desprendía, en ese momento, olor a repollo cocido. Quizá siempre fue él el que desprendía el olor del alma cuando se pudre en un cuerpo que no le pertenece, en una carne hecha para otra vida que nunca llega ni siquiera con las frágiles muletas del “caballo”, el “costo”, la “coca”, la “maría”, el alcohol, los "transiliuns", y sus putas madres. Y quizá lo peor de todo es que tampoco tuvieran gran culpa de nada todas esas sustancias. Arriba en la terraza, el silencio y el frío seguían danzando suavemente en torno a la funda de cuero negro de un saxofón de segunda mano y la ciudad seguía pareciendo un gigantesco árbol de Navidad cubierto del espumillón que dejaban a su paso los vehículos que circulaban a gran velocidad, ajenos al breve pudin de masa encefálica que espumajeaba la acera como un bronquítico esputo del demonio que comenzaba a discurrir como un pequeño y rosado fangal hacia el vómito que todavía goteaba al suelo desde la parte inferior de la vieja farola que alumbraba tenuemente las incontables cagarrutas, no todas de perro, que sobre la acera de la parte trasera del viejo edificio yacían quietas, en silencio, adornando algunas partes del cuerpo de Tomy, como formando un todo natural y previsible. De algún modo y en todos los sentidos, desde que nació siempre fue todo en su vida teleológicamente escatológico. Como una aparición, una mujer vestida de verde que apenas podía mantenerse en pie, se acercó hasta él lenta como la yedra. Inmutable se arrodilló a su lado y envolviendo la cabeza ensangrentada en la gasa de su vestido le besó delicadamente los labios destrozados.
.-Descansa Tomy, amor mío. Descansa.- Le repitió ronca y largamente, acunándolo como a un bebé.
Y pasó mucho tiempo hasta que el sonido de una sirena cercana la hizo desaparecer por donde había venido, sin prisas, sin lágrimas, sin nada. Ya no le quedaba nada. De nuevo como en otras tantas ocasiones volvía a quedarse sin nada. Salvo con un vestido de gasa verde empapado en la sangre de Tomás y su sabor en los labios.

Cuéntame algo...

Cuéntame algo, pero no, nena.....
no me hables de hojas muertas,
no me hables de paseos sin "parné",
de parques vacíos,
“sol y sombras”,
jodidos coñacs,
de mi hermano "el frío",
baruchos sombríos,
avenidas a medianoche,
exnovios alcohólicos,
no me hables de golpes,
ni de domingos con fútbol,
ni de cortados sin leche,
no me hables de noches amargas,
ni de putos días sin tregua,
ni de lo que duele un “mono”,
ni de lo que son en "euros" diez polvos ,
no me hables de tu barrio,
ni de lo sucia que está la luna,
ni de lo mal que está el "trullo",
ni tú en el arroyo,
no me hables de tus heridas.
Te lo digo mientras te arrullo.
No te cortes más, querida.
Ni con palabras ni con cuchillas.
Y no me hables,
ni de las monjitas aquellas,
ni de tu madre,
ni de tu hermano,
ni de los putos "maderos",
ni del sabor de la sangre,
ni de su olor,
ni lo que cuesta limpiarla.
Violaciones he vivido muchas,
no me hables..
Cuéntame algo.
Pero algo que no sepa.
Dime: “te quiero”.
Es un ejemplo...
Ya tienes mi número.

Columpiándome en tus ojos...

Columpiándome en tus ojos
me quedé,
como los niños en los parques
de las tardes,
que no entienden el azul infinito
que se les viene encima,
ni los otoños que les irán asesinando
la inocencia.
Decidí no salvarme.
Jugármelo todo a una carta.
A una tirada.
Eras peligrosa como una ruleta rusa.
Tú lo sabías.
Esa bala llevaba escrito mi nombre.
Yo lo sabía.
Pero no me importaba.
A ti mucho menos.
En el fondo de esas pupilas carnívoras,
ya me vi sentenciado.
Bien valía la pena una noche
contigo la condena.
Eso pensaba entonces...

Desde que te has ido...

Rasgo tu cuerpo invisible,
de violoncelo,
que no encuentro entre las sábanas,
y me incorporo sudoroso,
en la oscuridad.
Veo sólo el vacío,
y el bordón de la melancolía,
doblada como un pañuelo,
me desdobla la tristeza.
Abro a la noche las ventanas.
Ni una pizca de aire.
Te busco en los rincones.
Y no te encuentro.
La casa está vacía.
Echo un trago.
Pongo un disco.
Pero me voy ahogando,
me voy asfixiando...
Busco una excusa para toparme contigo,
en el baño o en el sofá...
Como un árbol sin ramas, y sin pájaros,
tengo el alma, desde que te has ido.

Soy palabra

No soy
quien dice
ser.
Soy lo dicho.
Un eco discursivo
en la voz
de los muertos.
Tierra diciente
en su gemido
o temblor
aire procaz
en la breve
reverberación
de la sombra
pronunciada
ruido blanco
deslizándose
hacia ti
si te nombro
para reconocerme
en lo innombrable
de este murmullo
de latidos
que finalmente
cesado su tiempo
habrá de callar
con el silencio último
en el fresco cuenco
de palabras
que me dará forma
en ti, nuevamente
cuando me nombres.

Siempre estoy regresando...

Siempre estoy regresando
a mí mismo
como esos viejos
que al atardecer del otoño
regresan a sus breves
cuartos geriátricos
hartos de la belleza de los parques
de las puestas de sol
y de las jovencitas cimbreantes.
Y que, ya a solas
ponen su música
abren su libro
se echan una manta
sobre las machacadas rodillas
y liberando blasfemias
cierran los arrugados ojos
reclinan la cabeza
y regresan sólo a un parque
a una sola puesta de sol
sólo a una jovencita cimbreante
y tal vez a la belleza
de un puñado de palabras
que todavía no devoró
la cruel mediocridad
de un tiempo sobrante.

Llegó tarde a sus zapatos.

Llegó tarde a sus zapatos.

Mientras tanto
recorrió a saltos el fuego
del vientre de la tierra
como un loco
con los pies desnudos
entre las llamas de un colchón
que no encuentra
la salida de su celda
ni a la margarita
entre las heces del mundo
ni el rostro de la madre
en ninguna calavera
ni la mano de la amada
en unas ramas secas
ni el aliento del amigo
en su propio hedor.

Cuando llegó a ellos
no eran esos sus zapatos.
Una mujer los usaba.

Se calzó entonces
el polvo del camino de los dos,
la forma de sus pasos,
su dolor.

Y la siguió.

No es otra historia sobre mujeres.



Un oscuro día
le di las llaves
de la suburbial
casa de mi alma.
Yo ya había
decidido largarme
con todo el equipaje
que se lleva uno
en estos casos
que es ninguno.
Es ese equipaje
que aguarda
más que polvoriento
y desvencijado
en el diminuto trastero
de la memoria
al que uno evita entrar
hasta que ya no queda
más remedio.
Entonces ella
se instaló
repentinamente
junto a un par
de tristes cuervos negros
que traía en los ojos
cuando yo ya estaba a punto
de salir por la puerta.
¡Qué demonios!
Me quedaré un tiempo más- me dije.
Y durante ese tiempo
seguimos fabulando
sobre la belleza
y su existencia
con las piernas
bien metidas en sendos
cubos de basura
a modo de calentito
y relajante baño de pies.
Una forma de huida
o de claudicación
como otra cualquiera
no se vayan a creer.
Algunas veces
ya fuera por una súbita
y accidental borrachera
o por los usuales
estados de estúpido
trance hipnótico
en los que me dejan
insignificantes
sucesos del pasado
me ausentaba.
A mis regresos
comencé a observar
diversos cambios
a pesar
de que establecí
que no debían regarse
las plantas muertas
porque ya estaban muertas
y que muertas estaban bien
o ventilar la casa
pues así sólo se conseguiría
que los voraces
y fecundos insectos
lo infectaran todo aún más.
No tardé en encontrar
como era previsible
tiras adhesivas atrapacucarachas
en viejos poemas manuscritos
o trampas ratoneras
bajo relatos todavía no escritos.
Llegué incluso a toparme
con gente desconocida
que me llamaba al orden
en mi propio salón.
A un tipo con pinta
de funcionario de prisiones
le molestaba que me colgara del balcón
como un spiderman gordo,
viejo y cansado que ya no puede
ni eyacular unas tristes telarañas
ni salvarse a sí mismo.
Me dijo que cuando quisiera salir
que lo hiciera por la puerta
como todo el mundo
pues ello inquietaba al vecindario.
El maldito idiota
no debería ignorar
que una puerta
sólo conduce a otra puerta,
que las puertas
son infinitas
y que por eso algunos
preferimos salir
por los balcones.
Entré en ira.
Deseché violentamente
los insecticidas adhesivos
y los poemas quedaron ilegibles.
Las ratoneras trampas
me agarrotaron los dedos
y dejé de escribir.
Eché a todos los extraños
de mi casa
y vino a visitarme la policía
y los servicios de salud mental
amenazándome
con que si no era más amable
o me negaba a utilizar las puertas
como todo el mundo
me vería durante mucho tiempo
obligado a gozar la de una celda.
Después de unos minutos de charla
creo que se dieron cuenta
de que ya vivía en una celda
de la que no era posible escapar
y en lugar de marcharse asustados
me encerraron en otra.
Pero eso no era para mí
Y decidí partir definitivamente
y la busqué para despedirme
pero no la encontré.
Intenté abrir la última botella
y el último frasco de pastillas
pero tampoco lo logré.
Todo parecía estar frente a mi
pero ya no podía alcanzarlo.
Intenté tocarme
y extrañamente comprobé
que yo tampoco estaba
por lo que deduje
que mi ansiada partida
hacía ya mucho tiempo
que había sucedido.
No obstante busqué un espejo.
Sólo pude observar
a un par de negros y tristes cuervos
aleteando en mis ojos
entonces supe
que ella se había mudado
al pequeño trastero
a cuidar el polvo de mi memoria.
Pude así imaginar
que escribía estas letras
pues si alguna habilidad
he tenido alguna vez
es la de no necesitar
ni manos ni soporte alguno
para hacerlo.